Lo llaman «el influencer de Dios», el «ciberapóstol de la Eucaristía», «el santo de la red». El Vaticano ya le comprobó varios milagros y fue Canonizado el 10 octubre de 2020 por el Papa Francisco.
La historia de Carlo Acutis de Italia, el joven europeo de 15 años de edad que murió en 2006, víctima de leucemia, años después fue extraído su cuerpo, sorprendentemente sin descomponerse. Lo llaman «el influencer de Dios», el «ciberapóstol de la Eucaristía», «el santo de la red».
El Vaticano ya le comprobó varios milagros y fue Canonizado el 10 octubre de 2020 por el Papa Francisco.
Debido a que su cuerpo está en buen estado 14 años después de fallecido, este ha sido exhibido en una iglesia de la ciudad de Asís, Italia para la veneración de sus fieles; con el mismo pantalón, tenis y suéter tal como fue enterrado en 2006.
Lo más destacable no es su estado actual si no es que el día que murió llegó a su funeral muchos pobres y desvalidos a los cuales el ayudaba en secreto, ni su familia estaba enterada de su gran corazón y piedad con los más pobres.
¿Qué tenía de especial Carlo? Era un chico normal, simple, espontáneo, simpático, que amaba la naturaleza y los animales, jugaba al fútbol, que tenía muchos amigos y que utilizaba la tecnología informática como herramienta para la difusión de los valores cristianos», dijo en su homilía Vallini, representante del Papa en una ceremonia a la que asistieron sus familiares, centenares de fieles, todos obligados a mantener distancia y utilizar barbijo debido a la pandemia de coronavirus y que miles de personas siguieron por streaming.
«Jesús era para él amigo, maestro y salvador, era la fuerza de su vida y el fin de todo lo que hacía», agregó el purpurado, que definió al nuevo y joven beato -quizás el primero con Facebook de la historia- «un modelo y ejemplo de vida cristiana», especialmente para los adolescentes.
Su historia, tal como recordó en su sermón Vallini, es extraordinaria. Nacido el 3 de mayo de 1991 en el seno de una familia acomodada en Londres –porque sus dos padres italianos trabajaban allí–, murió el 12 de octubre de 2006, en apenas 72 horas por una leucemia repentina. Genio de la computadora, pero también un chico especialmente devoto, pese a que su familia no lo era –su madre contó que sólo había ido a misa para su comunión, su confirmación y su matrimonio–, Carlo no sólo vivió cristianamente, sino que usó las redes para crear una muestra virtual de los milagros de la eucaristía en el mundo. Además, siempre gracias a su computadora, en la que solía entretenerse con videojuegos, como todos los chicos, elaboró un esquema del rosario que incluía los misterios de la luz.
Después de haber vivido un breve período en Londres, donde tenía una niñera polaca, Beata, gran admiradora de Juan Pablo II, que lo acercó a la Iglesia católica, se mudó junto a su familia a Milán. Allí fue primero a un colegio católico y poco antes de morir, a un secundario manejado por los jesuitas.
Desde que recibió la primera comunión, a los 7 años –antes de tiempo porque así lo reclamaba–, nunca se perdía su cita cotidiana con la misa. Rezaba todo el tiempo, se confesaba y le pedía a sus padres que lo llevaran en peregrinación a lugares de santos y a sitios de milagros de la eucaristía, que definía «una autopista hacia el Cielo».
Como su familia también tenía casa en Asís, solía pasar mucho tiempo en la ciudad de San Francisco, el patrono de Italia del que tomó el nombre el Papa argentino. Tanto le gustaba Asís a Carlo, que antes de morir expresó su deseo de ser sepultado allí.
«Originales, no fotocopias»
«Carlo no fue un franciscano. Fue, simplemente, un adolescente de nuestro tiempo, enamorado de Jesús –y especialmente de la Eucaristía– y devotísimo de María, especialmente en la práctica del rosario. Pero en Asís respiró el carisma de San Francisco», escribió el obispo de Asís, Domenico Sorrentino, en un libro titulado Originales, no fotocopias, una frase que se le adjudica a Carlo, un chico que seguramente nadaba en contra de la corriente. Vivía en forma simple, se enojaba si su mamá le compraba un segundo par de zapatillas o ropa de marca y solía a ayudar en un comedor para pobres de Milán.
Su causa de beatificación comenzó en 2013. En julio de 2018 el papa Francisco lo declaró «venerable», título que la Iglesia católica le concede a quien, por la práctica de las virtudes ejercidas en vida, es considerado digno de ser venerado por los fieles. A Carlo se le atribuyó luego un milagro por su intercesión, paso indispensable para ser beatificado. Este se registró en Brasil, en el séptimo aniversario de su muerte, el 12 de octubre de 2013, en Campo Grande, capital del Estado de Mato Grosso del Sur. Allí, un niño de 6 años se curó inexplicablemente de una grave anomalía que padecía desde su nacimiento en el páncreas. «Padre Marcelo Renório invitó a los parroquianos a rezar una novena y apoyó un pedazo de camiseta de Carlo sobre el pequeño paciente, que al día siguiente empezó a comer y cuyo páncreas repentinamente estaba sano sin que los cirujanos lo hubieran operado», contó su mamá, Antonia Salzano, en una entrevista al Corriere della Sera, en la que aseguró que ella también recibió de su hijo-beato señales milagrosas.
«Carlo encarna la santidad de los ‘nativos digitales’», explicó en su libro el obispo Sorrentino, que aclaró que no era un fanático de las relaciones virtuales y que también fue un gran catequista. Fiel reflejo de esto, el empleado doméstico que trabajaba en su familia, Rajesh, gracias a él decidió convertirse del hinduismo al catolicismo. «Fue Carlo, con su entusiasmo, con sus explicaciones, con sus filmados, que me hizo nacer el deseo de convertirme en cristiano y de bautizarme», testimonió Rajesh en la causa de beatificación.
«Carlo sabía hablar de Jesús y de los sacramentos de un modo que te tocaba el corazón», subrayó el obispo Sorrentino, que en su libro marcó un paralelismo entre este adolescente y San Francisco de Asís, ya que su cuerpo en 2019 fue trasladado desde el cementerio de la ciudad hasta el Santuario de la Expoliación en la iglesia de Santa María Mayor, antigua catedral de Asís. En ese lugar fue donde el joven Francisco se despojó, hasta la desnudez, de todos los bienes del mundo, para darse por entero a Dios y a los demás.